El debate sobre la prohibición de los teléfonos móviles en las escuelas se reaviva a intervalos regulares, especialmente cuando es impulsado por partidos conservadores y de derechas. Se sugiere que simplemente apagando los smartphones se resolverán todos los problemas del uso de los medios digitales. Sin embargo, esta actitud recuerda a la famosa política de los "pájaros de un plumaje": esconder la cabeza en la arena y esperar que la realidad se encargue de sí misma. Lo cierto es que enmascara problemas más profundos: La incapacidad de regular el poder de los gigantes tecnológicos y la voluntad política de desempoderar y despolitizar deliberadamente a los jóvenes.
La prohibición de los teléfonos móviles no sólo no se ajusta a la realidad, sino que es una expresión de capitulación educativa. Sustituye el compromiso activo con los medios digitales por un bloqueo reactivo. En lugar de enseñar a los alumnos habilidades mediáticas, pensamiento crítico y el uso seguro de la tecnología, se les niega el acceso a ella de forma generalizada. El objetivo parece claro: los jóvenes no deben trabajar en red, organizarse o implicarse, especialmente en cuestiones sociopolíticas como la justicia climática, el antifascismo o los derechos sociales. En el centro de esta política educativa se encuentra el tipo ideal del "especialista bien educado": conformista, discreto y políticamente dócil.
Sin embargo, hace tiempo que es obvio que el uso constructivo y crítico de los medios digitales es una de las competencias fundamentales del siglo XXI. Las competencias mediáticas deben enseñarse lo antes posible. Idealmente desde el primer grado. Sin embargo, esto requiere una cualificación integral de los profesores, que hoy en día a menudo apenas están preparados para la vida digital cotidiana de sus alumnos.
La alternativa a la educación mediática en las escuelas es aterradora: estamos dejando la "educación" de los jóvenes en manos de los intereses de multimillonarios de la tecnología como Mark Zuckerberg, Elon Musk o Jeff Bezos. Es decir, gente interesada principalmente en monetizar la atención y controlar los datos. Cualquiera que crea seriamente que los padres por sí solos pueden llenar este vacío está ignorando la realidad social y los requisitos básicos de la educación. Exigimos cualificaciones profesionales para enseñar matemáticas o ejercer la medicina. ¿Por qué deberían estar exentas de ello las competencias mediáticas y la educación digital?
El llamamiento a los padres para que asuman esta tarea es, por tanto, doblemente absurdo. ¿Cómo se supone que los padres que trabajan van a encontrar el tiempo y la energía para adquirir ellos mismos la educación digital después del trabajo, las tareas domésticas y las compras y luego transmitírsela a sus hijos el fin de semana? Esta idea evidencia un ideal irreal de paternidad de clase media, que aumenta aún más la presión social sobre las familias y declara que la educación es una tarea privada.
Un último aspecto muestra lo hipócrita que es el discurso político sobre este tema: A los políticos que comen kebabs en TikTok o charlan irónicamente sobre sus bolsos de cuero les gusta vender esto como alfabetización mediática. Pero reciben asesoramiento de agencias profesionales y producen contenidos a cambio de una remuneración. Esto no es una expresión de su propia experiencia, sino un signo de oportunidad económica. La alfabetización mediática no consiste sólo en utilizar las plataformas, sino en entenderlas, analizarlas críticamente y utilizarlas de forma responsable.
Por tanto, la prohibición generalizada de los teléfonos móviles en las escuelas no es más que una cortina de humo; es un falso debate que distrae de los verdaderos retos. En lugar de ignorar las realidades tecnológicas, necesitamos una política educativa moderna, valiente e integradora que se tome en serio a los jóvenes, refuerce su potencial y les capacite para participar activamente en una sociedad digital y democrática.
Reflexiones de Niko Fostiropoulos, Director General de la empresa educativa alfatraining.
19.06.2025
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