En el debate actual sobre el uso de las plataformas de medios sociales por parte de los jóvenes, parece estar surgiendo una tendencia peligrosa: en lugar de pedir cuentas a los autores reales de la manipulación y la desinformación, son las víctimas potenciales, es decir, los jóvenes usuarios, los que están en el punto de mira de los intentos políticos de regulación. Pero, ¿es éste realmente el enfoque correcto?

¿Quién tiene la responsabilidad, la plataforma o los usuarios?

Llama la atención que no se responsabilice a los operadores de las plataformas, que utilizan sus algoritmos para atraer la atención, influir en el comportamiento de los consumidores e incluso conformar opiniones políticas. En cambio, se quiere proteger con prohibiciones a los jóvenes, es decir, a quienes ya están bajo la influencia de estas estructuras. Este desplazamiento de la responsabilidad es injusto y también ineficaz, porque se dirige al síntoma, no a la causa.

Si se sigue esta lógica de forma coherente, no sólo habría que prohibir el acceso a las plataformas, sino también cualquier forma de publicidad que utilice los mismos mecanismos de manipulación. ¿Por qué debería permitirse que los adultos sean manipulados por algoritmos mientras se niega el acceso a los jóvenes, cuando son precisamente estos adultos los que inevitablemente transmiten sus huellas a la siguiente generación?

La contradicción de la cultura de la prohibición

El llamamiento a la prohibición plantea muchas preguntas: ¿Debería prohibirse también a los jóvenes ver reality shows como Germany's Next Top Model, que reproducen imágenes corporales y clichés de roles? Sería coherente. ¿No se les permite mantener conversaciones con sus compañeros sobre contenidos que ya no pueden consumir en las redes sociales? ¿Se les permite votar a los 16 años, pero sólo se informan en los medios tradicionales?

Este tipo de restricciones excluiría a los jóvenes de una parte importante del discurso social. Los medios digitales, en particular, ofrecen la oportunidad de participar, intercambiar, educar y, por tanto, también de participar democráticamente. Los medios tradicionales, en cambio, suelen ser unilaterales: falta interactividad, diálogo y la oportunidad de participar.

Competencia mediática en lugar de prohibición mediática

En lugar de tomar el camino supuestamente fácil de prohibir los medios de comunicación, deberíamos tomar el camino más arduo pero más sensato: la educación, la formación y el control democrático de las plataformas. La alfabetización mediática debe convertirse en una asignatura obligatoria en la escuela. El uso reflexivo de los medios sociales también debe promoverse sistemáticamente en la formación profesional y en los cursos universitarios.

Al mismo tiempo, se necesitan soluciones políticas: ¿Por qué no hay redes sociales públicas en Europa? ¿Por qué hay reticencia a exigir responsabilidades de forma coherente a las plataformas internacionales? El miedo a regular grandes empresas como Meta o TikTok no debe llevarnos a negar a los jóvenes el acceso al mundo digital.

La democracia necesita participación digital

Nos enfrentamos a una decisión fundamental: ¿Queremos desempoderar a los jóvenes y negarles el acceso a la esfera pública digital mediante prohibiciones? ¿O queremos capacitarlos para que sean autodeterminados, críticos y activos en este mundo? Esto último requiere más valentía, más educación y más responsabilidad política. Pero es el único camino digno de una sociedad democrática.

Reflexiones de Niko Fostiropoulos, Director General de la empresa de educación alfatraining.

21.07.2025

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